La Santa Confesión es una fuente de alegría para el alma
Muchos de nosotros hemos sentido, una o más veces, después de confesarnos sinceramente y con dolor, que casi podemos “volar”.
El Sacramento de la Confesión no consiste solamente en repetir una lista con los pensamientos o actos que hemos cometido. En todo caso, esto es lo que hace un principiante. La Confesión, como todo lo que concierne al espíritu, deviene en un estado, un estado del ser humano. El padre Sofronio decía que Adán no se confesó con Dios. ¿Qué había en su interior? Pero se cerró ante Dios. Si al menos hubiera dicho: “Señor, he pecado, hice lo que me dijiste que no hiciera. ¡Perdóname!”, o, como repetimos en nuestras oraciones: “Como hombre que soy, he pecado. Tú, como Dios que eres, ¡perdóname!”.
No sabemos si Dios lo hubiera perdonado, no tenemos ninguna prueba para afirmarlo o negarlo. En nuestro caso, muchos de nosotros hemos sentido, una o más veces, después de confesarnos sinceramente y con dolor, que casi podemos “volar”. Incluso los niños dicen lo mismo. Me acuerdo ahora de un pequeño de siete años, quien, al terminar de confesarse, empezó a correr y saltar lleno de alegría por toda la iglesia. Y decía: “¡Padre, ahora puedo correr!”. Después: “¡No solo puedo correr, también puedo volar!”. Y es que, en verdad, sentimos que nuestra alma se ha purificado. Mientras más densa era la oscuridad —citando al Santo Apóstol Pablo— “allí donde se multiplicó el pecado”, más grande es la alegría y el alivio del alma, es decir, “la abundancia de la Gracia”.
(Traducido de: Ieromonahul Rafail Noica, Cultura Duhului, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2002, pp. 55-56)