Palabras de espiritualidad

La Semana de la Santa Pasión del Señor en los himnos poéticos de la Iglesia: el Gran Lunes Santo

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Aquellos momentos, de trágico recuerdo, cuando Cristo fue juzgado, abofeteado, escupido, abandonado por Sus discípulos y luego crucificado, son vistos por la Iglesia como un motivo para el regocijo.

«En este día se presentan refulgentes los umbrales de la Pasión del Señor. Reunámonos todos los fieles, y salgamos a Su encuentro con cánticos; porque el Creador viene a humillarse hasta la Cruz, el juicio y los golpes, siendo juzgado por Pilato. Y aún siendo abofeteado por un siervo, se somete a todo para salvar a la humanidad. Por eso, clamemos: “Oh, Cristo Dios, amante de la humanidad, concédeles el perdón de los pecados a los que con fe veneran Tu purísima Pasión”.» (II estrofa de los Matutinos del Gran Lunes Santo).

Aunque actualmente se ha perdido el carácter poético de los himnos de la Iglesia, las composiciones santas de los músicos e himógrafos cristianos de los primeros siglos de la historia del cristianismo y el carácter sacro de estos cánticos han llegado hasta nuestros días.

La Iglesia, con los troparios y los versos de los oficios vespertinos y matinales, puso en labios de los fieles la teología y la doctrina de la fe. Acompañado de una melodía, el dogma devino en himno litúrgico, reflejando con cánticos las verdades redentoras de la Santa Iglesia. El siglo IV es conocido como el siglo del tropario. En las estrofas poéticas, alternadas por conmovedoras melodías, los cristianos vivían con gran intensidad la palabra de Dios. Así fue como aparecieron en el culto litúrgico las composiciones poéticas presentes hasta el día de hoy en los libros específicos a los oficios de la Iglesia.

La alegría de la celebración de alguna fiesta real, vinculada a algún suceso de la vida del Señor o de la Madre del Señor, la veneración de los mártires, los santos piadosos y los Padres de la Iglesia, todos esos momentos hallaron su eco en la himnografía litúrgica. De entre todas esas poesías espirituales, las más profundas son las de la semana de la Santa Pasión.

En lo que respecta al Grande y Santo Lunes, los oficios verspertinos del Domingo de Ramos inauguran los sucesos trágicos de un período que canta, lleno de dolor, los sufrimientos que por amor soportó el Hijo de Dios: “... el Creador viene a humillarse hasta la Cruz, el juicio y los golpes, siendo juzgado por Pilato. Y aún siendo abofeteado por un siervo, se somete a todo para salvar a la humanidad...”, tal como canta uno de los versos del oficio.

Los acontecimientos que tuvieron lugar hace dos mil años, son vividos en la Iglesia como un “hoy eterno”. Los cánticos nos invitan a empezar esta semana como una “solemnidad con cantos”. Aquellos momentos, de trágico recuerdo, cuando Cristo fue juzgado, abofeteado, escupido, abandonado por Sus discípulos y luego crucificado, son vistos por la Iglesia como un motivo para el regocijo. ¿Por qué? ¡Porque, por medio del dolor y las heridas, la lanza, la muerte y la resurrección, la humanidad se reconcilió con Dios, haciendo posible nuestra salvación!