La sencillez en el comportamiento es siempre bienvenida
Tenemos que comportarnos con simplicidad, con sencillez; de lo contrario, nunca tendremos paz, y los demás hasta podrían enfadarse con nosotros.
En cierta ocasión, debido a que tenía que bajar a Atenas para resolver unos asuntos urgentes, le pedí a un conocido mío que me llevara con su vehículo. Con él vino otra persona, un señor ya mayor. Ya que a mí se me revuelve el estómago cuando viajo en auto, le pedí al piloto que abriera un poco la ventana, para que entrara un poco de aire fresco. Luego de unos minutos, le pregunté: “¿No tiene frío?”. “¡Descuide, padre!”, me respondió. Un poco más tarde, vi que la otra persona se hacía un ovillo y se envolvía con su saco, evidentemente, por causa del frío. Entonces, les supliqué: “Por favor, sencillamente díganme si tienen frío… ¡No quiero que se enfermen por mi culpa! Si vuelvo a sentir náusea, yo les avisaré, pero, por ahora, es mejor cerrar la ventana”. De esta forma, ninguno de los tres sintió el camino como si fuera una pesada carga. Si yo me hubiera sentido mal, sin decírselo a los otros, y ellos hubieran soportado el frío, también sin decírmelo a mí, seguramente alguno, si no todos, habría llegado enfermo a Atenas. ¿Qué quiero decir con todo esto? Que tenemos que comportarnos con simplicidad, con sencillez; de lo contrario, nunca tendremos paz, y los demás hasta podrían enfadarse con nosotros. De hecho, esto es lo que hace que el hombre se irrite y vea cómo se desvanece su paz interior, y su comportamiento pierda cualquier rasgo de naturalidad.
A mí me pasa, padre, que ante los demás no puedo hacer ni la cosa más sencilla del mundo. ¿Eso es timidez o soberbia?
—A veces, Dios le da al hombre una timidez exagerada, para refernarlo y evitar que le pase algo malo. Porque no se sabe si podría desviarse del buen camino, si no tuviera esa actitud tan llena de rubor. Lo que tienes que hacer, pues, es estar más atento y confiarte totalmente a las manos de Dios. No te encierres en ti mismo para “flagelarte”, porque detrás de todo eso no hay más que egoísmo. En mi caso, siempre trato de comportarme con espontaneidad, a veces como un abuelo, otras como un papá, otras como un hermano mayor, y algunas más como un niño.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi și virtuți, Editura Evanghelismos, București, 2007, p. 273)