La suspicacia, una forma de mentira
Si en verdad queremos salvarnos, debemos amar primero la verdad con todas nuestras fuerzas, evitando a toda costa la mentira, para no alejarnos de la verdad y la vida.
Si en verdad queremos salvarnos, debemos amar primero la verdad con todas nuestras fuerzas, evitando a toda costa la mentira, para no alejarnos de la verdad y la vida. Hay tres clases de mentira: con la mente, con las palabras y con todo lo que conforma nuestra vida. El que miente con la mente es aquel que suele sospechar de los demás. Viendo a dos hermanos conversar, se dice. “Seguramente están hablando de mí”. Y si ve que los otros dejan de hablar, cree que es porque él está presente. Si alguien le dice algo, cree que es para enfadarle. En pocas palabras, siempre está lleno de conjeturas sobre su vecino, convencido de que todo lo que este hace o dice, está relacionado directamente con él. En esto consiste que el hombre mienta con el pensamiento, porque no hay ninguna verdad en él, solamente sospechas. De aquí surgen todas las difamaciones, los ardides, la desobediencia, la enemistad y las ofensas.
Y si alguna vez ocurre lo que sospechaba, dirá: “Por eso es que sospechaba tanto, para que, conociendo la falta por la que soy difamado, pueda apartarme de ella”. Hay que saber que esto proviene del demonio, porque, ignorando, sospechaba de algo que no sabía. ¿Cómo podría un hombre malo dar frutos buenos? Por eso, si quiere corregirse, cuando alguien le diga: “Hermano, no hagas esto o aquello”, no debe perturbarse, sino inclinarse ante el otro y agradecerle, para después subsanarse. Porque, si Dios observa que esta es su forma de pensar, no permitirá jamás que caiga en el engaño, sino que le enviará solamente quienes puedan ayudarle a enmendarse. Pero, decir que para corregirme debo confiar en mis conjeturas, es darle la razón al demonio, quien quiere engañarme. En esto consiste la mentira con el pensamiento.
(Traducido de: Avva Dorotei, Filocalia, volumul I, ediţia a II-a, Editura Harisma, Bucureşti, 1992, p.189)