La theosis del hombre
Tal como la humildad es un don inefable, conocido solamente por aquel que lo posee, así también la deificación es algo que va más allá de nuestra razón, pero (que es) entendido únicamente por aquel que se deifica y deviene en participante de la naturaleza divina.
Los grandes padres espirituales suelen ejemplificar el vínculo entre el hombre y Dios, con la idea del hierro encendido por el fuego. Y dicen que, tal como el hierro, cuando es puesto al fuego, adquiere las cualidades de este, tomando para sí “algo” de lo que es el fuego, también el hombre, al entablar un vínculo con Dios, entra en contacto con Él. De este modo, Dios se muestra en el hombre, deificándolo. Luego, si entendemos en qué consiste una cosa encendida por el fuego, sabemos también lo que es un hombre deificado. Es decir, ese “algo” que se relaciona con Dios, un hombre en el cual Dios se manifiesta.
Se dice que el Hijo de Dios, al encarnarse, deificó la naturaleza humana. Entonces, el Hijo de Dios se encarna en los fieles, y estos se convierten en miembros del cuerpo místico de Cristo, constituyendo los tallos de esa viña que es Cristo, lo cual también los lleva a recibir algo de la presencia de nuestro Señor Jesucristo. Desde luego que, como dice San Juan Climaco, “tal como la humildad es un don inefable, conocido solamente por aquel que lo posee, así también la deificación es algo que va más allá de nuestra razón, pero (que es) entendido únicamente por aquel que se deifica y deviene en participante de la naturaleza divina”, algo que también sostiene el Santo Apóstol Pedro (II Pedro 1, 4).
Es algo que buscamos, aunque no nos lo podamos explicar por completo. Lo anhelamos, pero no lo podemos entender sino cuando sentimos la presencia divina en nosotros, por medio de la Gracia.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniți de luați bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, pp. 76-77)