La tristeza que se hará alegría
Podemos estar seguros de que también para nosotros vendrá el momento cuando “la tristeza se convierta en alegría” (Juan 16, 20). Entonces entenderemos que “los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (Romanos 8, 18).
El amor que Dios le tiene a la humanidad se expresa simbólicamente en el amor materno, tan natural y tan conocido por cada uno de nosotros. En Su infinito amor, el Señor “cuida de nosotros” como dice el Apóstol Pedro (I Pedro 5, 7) y, en virtud de ese cuidado, nos envía pruebas y sufrimientos. ¿Qué madre amorosa no entristece alguna vez a su hijo, sometiéndolo al castigo o negándole determinado gusto, sabiendo que con esto le está ayudando? El niño llora, su pequeño sufrimiento parece insoportable y hasta injusto, el corazón de la madre sufre... Pero, buscando únicamente el bien del niño, que es lo más valioso que tiene en el mundo, la mamá permanece inamovible en su decisión. ¿Cuántas veces, en un momento de sufrimiento, no nos parecemos nosotros a esos chiquillos traviesos?
En verdad, nuestro amoroso Dios, en Su infinita misericordia, siente piedad de nosotros, pero una piedad mucho más que la que podría sentir la más afectuosa de las madres. Podemos estar seguros de que también para nosotros vendrá el momento cuando “la tristeza se convierta en alegría” (Juan 16, 20). Entonces entenderemos que “los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (Romanos 8, 18).
(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p. 292)