“La tristeza es, algunas veces, consecuencia de alguna ira anterior o provocada por la insatisfacción de algún anhelo o alguna aspiración, cuando la persona ve cómo esa esperanza se desvanece. Algunas veces, sin embargo —aún sin motivo, pero inducidos por el maligno—, nos sentimos oprimidos por una repentina tristeza, de tal forma que dejamos de recibir con entusiasmo a nuestros seres queridos o amigos. Por normal que sea su conversación, su compañía nos parece vana y molesta, llevándonos a responderles con desgana, ya que la amargura tiene sometidos todos los rincones de nuestro corazón. Hay también otra forma de tristeza, aún peor, que lleva al alma pecadora no a su enmienda y a la renuncia a las iniquidades, sino a la más terrible deesperación. Esto le sucedió a Caín (Génesis 4,9-16), incapaz de arrepentirse por haber matado a su hermano. Y a Judas (Mateo 27, 5), en vez de animarlo a pedir perdón por la traición que acababa de cometer, lo llevó a quitarse la vida. Es el caso de una tristeza aplastante, que te quita la paz, que te empuja a la más profunda amargura y a la más cruel de las desesperaciones. Te destruye el alma, paralizando en ti toda lucha y todo deseo de salvación, porque no tiene medida. No sólo inutiliza los beneficios de la oración, sino que también aniquila los frutos del espíritu...".

(Traducido de: Sfântul Ioan Casian, Viața și învățăturile lui, Editura Mitropoliei Moldovei și Bucovinei, p. 69)