Palabras de espiritualidad

La única forma de alcanzar una perfecta humildad

    • Foto: Stefan Cojocariu

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El que es perfecto en la humildad no busca motivos para humillarse, porque ha obtenido ya el don de tan sublime virtud, bajo cuya luz se ve a sí mismo como un hombre despreciable y como el último de los pecadores.

Para obtener verdaderamente la humildad que es perfecta, no basta con considerarnos pecadores, y ni siquiera es suficiente el hecho de no encontrar nada bueno en nosotros, porque, ciertamente, esa es una realidad. Según las palabras de San Isaac el Sirio, “no todo hombre que es modesto y callado, o inteligente, o manso por naturaleza, ha alcanzado ya el nivel de una mente humilde. Al contrario, tiene una mente humilde aquel que silenciosamente lleva en su interior alguna cosa digna de encomio, sin envanecerse por tenerla, sino considerándola una simple partícula de polvo”.

En verdad es bueno que te humilles profundamente al recordar tus propias caídas en pecado, pero tampoco esto es constitutivo de una mente perfectamente humilde. El que es perfecto en la humildad no busca motivos para humillarse, porque ha obtenido ya el don de tan sublime virtud, bajo cuya luz se ve a sí mismo como un hombre despreciable y como el último de los pecadores. (…) Esta transformación en el hombre orgulloso y soberbio por naturaleza no puede perfeccionar a la humildad de modo natural, sino solamente de una manera sobrenatural, porque la gratífica mente humilde, la cual se obtiene inmediatamente, se manifiesta como un poder muy grande. Es el poder que los Santos Apóstoles recibieron en el Pentecostés, bajo el aspecto de lenguas de fuego.  Esta humildad también se otorga a los santos agradables a Dios, luego de extenuantres sacrificios y un gran esfuerzo espiritual. Para aquellos que no son espirituales, semejante esfuerzo parece insoportable y rápidamente renuncian a él. Por su parte, los hombres espirituales, mientras más pesada sea esa carga, más la añorarán, porque con ella gustan de la Gracia que fortalece, así como el consuelo de Dios, que llena de felicidad.

(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Smerita cugetare – Tâlcuire la Rugăciunea Sf. Efrem Sirul , Editura Sophia, p. 69-70)

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