Palabras de espiritualidad

La verdadera humildad es un don de Dios para el alma

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

No digas: “Éste es caprichoso, aquel es envidioso, fulano es un iracundo” o “No puedo trabajar con esta persona”. No es correcto. No es cristiano, no es ortodoxo.

Cierta vez, le dije:

—Padre, ¡no puedo seguir trabajando con el hermano R.! ¡Es muy voluble!

—¡Cuidado, que estás lleno de egoísmo! ¿Lo habías notado? ¡Y si sufres, es por culpa de tu egoísmo!

—Lo sé, Padre... desde pequeño he sido así. ¡Pídale al Señor que haga humilde mi corazón!

—Cuando el corazón está lleno de la santa humildad, todo lo considera bueno y vive, desde ya, en la terrenal Iglesia eterna de Dios. La humildad no es eso que atestiguamos con nuestra lengua, ni eso que creemos haber alcanzado. La verdadera humildad es un don de Dios para el alma. Y Él otorga este don sólo cuando el alma está preparada para ello. Entonces la observa con satisfacción y la atrae hacia Él.

Así, no digas: “Éste es caprichoso, aquel es envidioso, fulano es un iracundo” o “No puedo trabajar con esta persona”. No es correcto. No es cristiano, no es ortodoxo. ¡Porque, diciendo eso, te sitúas fuera del amor de Dios! Alejándote de tus hermanos, te alejas, también, de la Gracia del Señor. Al contrario, lo que debes hacer es ignorar las debilidades de los demás y, sin imitarlos, hacerte uno con ellos, al trabajar juntos. Haz lo que digan ellos y como digan ellos. ¿Quieren esto o aquello? Así sea. ¿Quieren otra cosa? Que así sea. De esta forma, se destruyen todos los muros que nos separan de nuestros hermanos, y nos unimos a Cristo. Mientras más te unas, con cada día que pasa, a tus hermanos, más te estarás adentrando, en misterio, en el amor de Cristo.

(Traducido de: Sfântul Părinte Porfirie Kafsokalivitul, Antologie de sfaturi şi îndrumări, Editura Bunavestire, Bacău, pp. 421-422)