Palabras de espiritualidad

La vergüenza al confesarnos saca nuestro corazón a flote

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

He visto esto en muchos de los que vienen a visitarnos: mientras más grande es la vergüenza vivida con humildad, reconociéndose pecadores frente al Señor, más grande es la gracia que reciben y que enriquece sus vidas, para poner un nuevo comienzo.”

Me parece que lo más difícil es superar ese estado de vergüenza. Las personas no se acercan a la Confesión, a pesar de tener el alma llena de pecados y estos se les hacen cada vez más pesados, precisamente por esa incapacidad de dejar atrás la vergüenza y correr a buscar a su confesor. ¿Qué puede recomendarse para estos casos?

—Creo que la capacidad de sentir vergüenza es ya un don de Dios. Siendo joven e inexperto como confesor, el Padre Sofronio me aconsejó alentar a las personas a confesar especialmente eso que les avergüenza, porque si aprenden a hacer esto, ese rubor se transforma en una fuerza en contra de los vicios, llevándolas a vencer el pecado. Esto fue lo que pasó, por ejemplo, con Zaqueo. Se sintió avergonzado, sin ser obligado por nadie, y el Señor, que se dirigía a Jerusalén para cargar con la Cruz de la vergüenza, lo vio y reconoció en él un espíritu de humildad semejante al Suyo. Zaqueo permanecía de forma profética en el camino del Señor, en el camino de la Cruz y proféticamente el misterio de la Crucifixión y Resurrección de Cristo tuvo lugar en su ser. Su corazón se engrandeció y se llenó de la fuerza de la fe. Cristo nos salvó con la Cruz de la vergüenza y, así, cuando sentimos vergüenza frente a Él, ese embarazo nuestro es recibido como un reconocimiento de parte nuestra y, como recompensa, Él nos envía Su gracia para renovarnos.

Lo mismo sucede con la Santa Confesión. Son renovados los que se confiesan con sinceridad, asumiendo la vergüenza por los pecados cometidos. Pero los que levantan los hombros y dicen: “Nada especial, Padre, sólo cosas normales...”, no pasan por ninguna vergüenza, su corazón se queda estático y difícilmente obtienen algún beneficio. Al contrario, quienes, con el corazón contrito y humilde, desvisten su alma frente al Señor y frente a otro mortal, “también nosotros somos hombres, mortales como ustedes” (Hechos 14, 15), esta vergüenza revela lo que hay en su corazón, lo hace humilde y lo trae a flote. Entonces éste se abre para recibir la gracia de la renovación y del perdón. He visto esto en muchos de los que vienen a visitarnos: mientras más grande es la vergüenza vivida con humildad, reconociéndose pecadores frente al Señor, más grande es la gracia que reciben y que enriquece sus vidas, para poner un nuevo comienzo.

(Traducido de un fragmento extraído de: Remember thy First Love, de Archimandritul Zaharia Zaharou)