Palabras de espiritualidad

La vida del creyente y la del incrédulo

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Las palabras no son suficientes en el trabajo misionero. Nuestro mismo Señor dijo: “Por ellos me santifico a Mí Mismo, para que ellos también sean santificados en la Verdad” (Juan 17, 19)

El don de la fe no tiene precio. ¡Ay de aquellos que carezcan de él! La falta de un hogar y el hecho de ser húerfano influirán constantemente en la actitud del hombre, hiriendo profundamente su mundo interior; le despojarán de cualquier cosa elevada y le harán caer al nivel de un animal evolucionado, justo en donde lo ponen, en su “miopía”, los materialistas, justificándose a sí mismos.

La vida del creyente está llena de luz. Una fuerza de lo alto lo llena de optimismo, paz, esperanza y alegría, ayudándolo a vencer las tribulaciones de la vida y enfrentarlas con heroísmo, incluyendo a la muerte misma.

La causa fundamental de la falta de fe es una vida de desenfreno y pecado. Sobre el desenfreno dice el Antiguo Testamento: “Come Jacob, se sacia, engorda Israel, respinga, - te has puesto grueso, rollizo, turgente -, rechaza a Dios” (Deuteronomio 32, 15). En lo que respecta al pecado, todos los pueblos de todos los tiempos entendieron que este crea un muro infranqueable entre el hombre y Dios.

Es completamente incompatible la vida oscurecida por el pecado, con la luz de la fe viva en el Dios Omnipresente, Quien “conoce los corazones y las entrañas”. Precisamente por esta razón es tan difícil la restauración espiritual del alma que no siente nada, e insuficientes los razonamientos demostrables de los apologetas. Es necesaria la oración ferviente y la vida santa de los cristianos, de manera que, con la Gracia de Dios, se pongan en movimiento no sólo la mente, sino también el corazón de los fieles. Las palabras no son suficientes en el trabajo misionero. Nuestro mismo Señor dijo: “Por ellos me santifico a Mí Mismo, para que ellos también sean santificados en la Verdad” (Juan 17, 19).

(Traducido de: Glasul Sfinţilor Părinţi, traducere Preot Victor Mihalache, Editura Egumeniţa, 2008, pp. 46-47)