La vida espiritual no se ve, se siente
Ora así a Cristo: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!”. Es una oración al alcance de todos. Pero no con agitación, sino con calma y con autodominio.
Muchos cometen un error muy grande al decir: “¡Hoy reprendí al demonio!”, porque a este le conviene enormemente el diálogo con el hombre. ¡Ora, mejor! El maligno huye de la oración que haces. Si sientes que de alguna forma te está atormentando físicamente, o te molesta de cualquier otra manera, ora así a Cristo: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!”. Es una oración al alcance de todos. Pero no con agitación, sino con calma y con autodominio. Porque, insisto, cualquiera que sea el motivo de una tristeza profunda, o de una angustia que lleva a la desesperanza, su origen está, inexorablemente, en el demonio.
La Gracia de Dios no desciende allí donde hay tristeza, a donde hay congoja, porque no sabrías qué hacer con semejante riqueza y la terminarías desperdiciando. Por eso, por prudencia, la Gracia no viene a ti para conducirte. Al contrario, la Gracia desciende donde hay paz espiritual, en donde nuestro ser transforma este don como si fuera un aparato a reacción, con tus decisiones de ponerte en acción, de realizarte… y así es como alcanzas el nivel de hombre pleno, por no decir que devienes en un ser deificado, por la Gracia. Latente en un estado de felicidad, la vida espiritual no se ve, pero se siente. Por ejemplo, sientes que hay orgullo en ti. ¡Pero la humildad casi no se siente! El hombre humilde no dice: “¡Qué humilde soy!”. Pero sientes una alegría en el alma, la emoción de tener una relación calida con todo el mundo.
(Traducido de: Părintele Arsenie Papacioc, Despre armonia căsătoriei, ediție îngrijită de Ieromonahul Benedict Stancu, Editura Elena, Constanța, 2013, pp. 16-17)