Las lágrimas de un sacerdote por un hombre que habría de volver a la vida
‟¡Regresen a este, porque el sacerdote Severo está llorando por él, y, por sus lágrimas, Dios le ha concedido que vuelva!”
En la ciudad de Tuderia, que está asentada en un valle situado entre dos montañas, en un sitio conocido como Entiroclina, había una iglesia dedicada a la Santísima Madre de Dios. El párroco del lugar se llamaba Severo, quien era un sacerdote muy dedicado y piadoso.
Un día, uno de sus feligreses cayó gravemente enfermo. La familia mandó a llamar al padre Severo, para que confesara al hombre y lo absolviera de sus pecados antes de que fuera demasiado tarde. Cuando llegaron a la casa del padre, este estaba trabajando en su viñedo. Por eso, les dijo: ‟Vuelvan ustedes primero, que yo veré la forma de alcanzarles inmediatamente”. Viendo el sacerdote que le quedaban pocos racimos de uvas por cortar, pensó que no le llevaría mucho tiempo terminar su tarea, así que decidió quedarse un rato más.
Cuando iba de camino a la casa del enfermo, se encontró con uno de los que lo habían ido a buscar más temprano, quien le dijo: ‟¿Por qué tardó tanto, padre? No se apresure más... ¡ya murió!”. Al escuchar esas palabras, el padre sintió un estremecimiento que le recorrió todo el cuerpo y comenzó a llorar con gran tristeza, convencido de ser el asesino de aquel hombre. Y así, llorando amargamente, llegó a la casa del difunto. Se arrodilló ante el lecho donde yacía el cadáver y, postrándose hasta el suelo, siguió lamentándose y culpándose de la muerte del feligrés.
Inesperadamente, el muerto se incorporó, volviendo a la vida. No hace falta describir la algarabía que esto provocó entre los presentes, entre asustados y felices por lo que estaban presenciando. Cuando la sorpresa inicial cedió un poco, uno de los que ahí estaban le preguntó al hombre: ‟¿En dónde estuviste? ¿Cómo es que pudiste volver con tu alma?”. Y este respondió: ‟Dos seres oscuros y soberbios, de cuyas bocas y narices salían llamaradas de fuego, me tomaron en brazos y me llevaron a un sitio sombrío y terrorífico. Pero, en un momento dado, un joven lleno de luz apareció, en compañía de otros parecidos a él, igual de resplandecientes, quienes les dijeron a los que me llevaban: ¡Regresen a este, porque el sacerdote Severo está llorando por él, y, por sus lágrimas, Dios le ha concedido que vuelva”. Entonces, el padre Severo se incorporó lleno de un gozo indescriptible y empezó a glorificar a Dios. Y, habiendo aprendido esta lección, se llevó aparte al que acababa de volver de entre los muertos, para confesarlo, absolverlo de sus pecados e impartirle la Santa Comunión.
(Traducido de: Cuvinte de la Sfinții Părinți, Editura Episcopiei Romanului, 1997, pp. 34-35)