En primer lugar, es adecuado recordar aquellas palabras: “las nupcias se celebran en los Cielos”. En ellas se encierra breve y gratíficamente la fe en el hecho que la unión proyectada por Dios, por medio del matrimonio, no puede ser fruto del pecado. Esta unión debe tener un contenido esencial, ontológico, que sale del contexto de los problemas morales, sociales y jurídicos. La doctrina ortodoxa afirma que el verdadero matrimonio ortodoxo es un Sacramento, es decir, un evento espiritual, que concierne a realidades espirituales, a seres espirituales. (...)

Desde los primeros cristianos, hasta la conciencia eclesial de nuestros tiempos, el matrimonio no ha dejado de ser concebido como imposible fuera de la Iglesia, que le llama Sacramento, teniendo la capacidad de obrar milagros gratíficos y dándole al hombre el don de una nueva esencia.

(Traducido de: Cum să ne întemeiem o familie ortodoxă: 250 de sfaturi înţelepte pentru soţ şi soţie de la sfinţi şi mari duhovnici, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, Bucureşti, 2011, pp. 22-23)