San Dionisio Aeropagita, en su obra sobre la jerarquía eclesiástica, escribe lo siguiente: “Las oraciones de los santos nos son de gran ayuda en esta vida, pero especialmente después de morir, sobre aquellos que son dignos de esas santas plegarias, es decir, sobre los fieles”. Y completa en otra parte: “Nuestro Bondadosísimo Dios desea perdonar todas las faltas de los difuntos —causadas por la misma debilidad humana— y quiere llevarlos a morar con los vivos, en el seno de Abraham, Isaac y Jacob, en donde ya no hay dolor, tristeza ni suspiros, mostrándose indulgente, por la generosidad de Su poder divino, ante los pecados cometidos por los ahora difuntos —por causa de su debilidad—, ya que, como dice la Escritura, no hay nadie libre de pecado”.

Luego, tú que te opones a esto, ¿ves cómo estas palabras vienen a reforzar la idea de que las oraciones por aquellos que murieron esperanzados en Dios son muy útiles? San Gregorio el Teólogo, al hablar de su mamá en la homilía pronunciada en los funerales de su hermano César, dice: “Escuchó una prédica digna de tomarse en cuenta, y su dolor de madre se hizo más soportable, por la buena y generosa promesa de Dios, que le daría todo por amor a su hijo, como un don póstumo”. Y más adelante agrega: “Así pues, todo lo que depende de nosotros es esto. Hemos hecho otras cosas también, que seguiremos repitiendo más adelante, oficiando los oficios en memoria del difunto en los tiempos dispuestos para ello, mientras tengamos vida”. (San Juan Damasceno)

(Traducido de: Glasul Sfinţilor Părinţi, traducere Preot Victor Mihalache, Editura Egumeniţa, 2008,  pp. 359-360)