Las oraciones de los santos y el equilibrio del universo
Cuando los santos del Cielo dejen de tener discípulos en el mundo, es decir, cuando ya no haya santos en la tierra para orar por el bien de la humanidad y por el equilibrio del universo, será casi el fin del mundo y de todo lo que hay en él.
Las oraciones de los santos mantienen el equilibrio del mundo: son como sacrificios presentados ante Dios de forma continua. Cuando los santos del Cielo dejen de tener discípulos en el mundo, es decir, cuando ya no haya santos en la tierra para orar por el bien de la humanidad y por el equilibrio del universo, será casi el fin del mundo y de todo lo que hay en él.
Tal como las penumbras dominan en la noche y son vencidas por una o varias antorchas encendidas, así también las oraciones de lo santos y los mismos santos del mundo son como cirios encendidos en la noche, con los cuales nos podemos guiar para seguir caminando. Cuando no quede un solo cirio encendido, la noche pasará a manos del señor de la oscuridad, el demonio.
En nuestra Iglesia Ortodoxa existe el siguiente orden o jerarquía, en lo concerniente a la veneración de los santos y la adoración a Dios.
A Dios le presentamos un culto de adoración, latria en griego, es decir que le damos una veneración absoluta porque Él es la Verdad absoluta y Fuente de toda la existencia.
A los santos, quienes lucharon por la espiritualización de lo material y lo terrenal, verdaderos mediadores entre los hombres y Dios, les ofrecemos un culto de veneración, en griego dulia, honra.
Y a la Madre de Dios, quien se hizo digna de superar aún a los santos ángeles, el único ser humano que excedió todos los preceptos del ser, le presentamos un culto de supraveneración o suprahonra —hiperdulia, en griego—, es decir que supera al de los santos.
Estas tres formas de reverencia no deben ser confundidas, sino diferenciadas.
Santo es aquel que, con su forma de vida, aún terrenal, intenta y consigue, en gran parte, imitar la de los ángeles, amistándose con ellos y con Dios. Es decir que se convierte en “amigo“ de Dios y, aún más, en “pariente” Suyo.
(Traducido de: Protosinghelul Ioachim Pârvulescu, Cele trei mari mistere vizibile şi incontestabile din Biserica Ortodoxă, Editura Amacona, 1997, pp. 139-140)