¡Levántate una y otra vez!
Arrepiéntete y ven a la iglesia, que es un hospital, no un tribunal. Aquí se otorga el perdón y no se piden explicaciones por los pecados cometidos.
¿Pecaste? Ven a la iglesia y lava tu pecado. Si cada vez que caes en el camino, te sacudes y te levantas, cada vez que peques, arrepiéntete. No caigas en la desesperanza ni en la dejadez. No pierdas de vista las bondades celestiales que nos han sido preparadas. Y aunque peques en la vejez, arrepiéntete y ven a la iglesia, que es un hospital, no un tribunal. Aquí se otorga el perdón y no se piden explicaciones por los pecados cometidos. Dile al Señor: “Contra ti, contra ti sólo pequé, lo que es malo a tus ojos yo lo hice” (Salmos 50, 4), y Él te perdonará. Demuéstrale tu contrición y se apiadará de ti. Porque hay cosas que dependen de nosotros, y otras, de Dios. Luego, si hacemos lo que depende de nosotros, Dios hará lo que depende de Él.
Así pues, ya que el Señor es tan bondadoso, no seamos indiferentes ante nuestra propia salvación. Nos espera el Reino de los Cielos, algo que ningún ojo ha visto, ni oído ha escuchado, ni corazón ha conocido. ¿No deberíamos, entonces, hacer todo lo posible por no perderlo? ¿No deberíamos dar lo que podamos, con tal de ganar algo tan grande y valioso? ¡Arrepintámonos, entonces! Acostumbremos nuestras manos a dar, hagámonos humildes, entristezcámonos, lloremos. Nada de esto es algo considerable. Verdaderamente grande, más allá de nuestras fuerzas, es lo que Dios nos dará, el Paraíso y el Reino de los Cielos. ¡Sea que todos podamos entrar, por Su Gracia!
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele Vieții, traducere de Cristian Spătărelu și Daniela Filioreanu, Editura Egumenița, p. 88)