Lo importante no es cuánto, sino cómo oramos
Puede que haya alguien capaz de orar una noche entera, y otro durante sólo cinco minutos, y que la breve oración de este último sea mucho más elevada que la del primero.
En lo que respecta a la oración, lo importante no es el tiempo que dure, sino su intensidad. Oremos, aunque por cinco minutos, pero entregándonos a Dios con amor y un anhelo ferviente. Puede que haya alguien capaz de orar una noche entera, y otro durante sólo cinco minutos, y que la breve oración de este último sea mucho más elevada que la del primero. Realmente, todo esto es un misterio, pero es así. Voy a darles un ejemplo, hijos míos.
Un anciano asceta caminaba por el desierto, cuando de repente se encontró con otro monje. Se saludaron.
—¿De dónde vienes, hermano? —preguntó el anciano.
—De la aldea R.
—¿Cómo están las cosas en ese lugar?
—Sufrimos mucho, porque hay una sequía terrible.
—¿Y qué han hecho al respecto? ¿Han orado?
—Sí.
—¿Y…? ¿Ha llovido al menos un poco?
—No, padre, no ha llovido nada.
—Creo que no han orado como es debido. Ven aquí, vamos a orar un poco, pidiéndole a Dios que nos ayude.
Ambos se pusieron de rodillas y empezaron a orar. No habían pasado dos minutos, cuando en el cielo apareció una pequeña nube, que se fue extendiendo más y más, hasta cubrir todo el firmamento, oscureciéndolo. En pocos instantes, un aguacero torrencial se desató. ¿Cuál fue la causa de semejante prodigio? La oración verdadera. Un poco de oración hizo que empezara a llover. Tal es la importancia de la intensidad en la oración.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 218-219)