Lo que el amor a las riquezas hace con el hombre
El avaricioso odia a todos, ricos y pobres. A los pobres, porque pueden venir a pedirle su ayuda, y a los ricos, por envidia, porque no tiene lo mismo que ellos.
No hay hombre que carezca más de humanidad, que el avaricioso. Odia a todos, ricos y pobres. A los pobres, porque pueden venir a pedirle su ayuda, y a los ricos, por envidia, porque no tiene lo mismo que ellos. No sabe lo que significa la caridad, la misericordia, el amor al prójimo, la compasión. Se opone a cualquier forma de ayuda social. Cualquier acción, incluso la más importante, si no le produce algún beneficio, le resulta indiferente. Al contrario, haría lo que fuera por aumentar su riqueza. La pasión que lo ata al dinero no tiene límites, no puede saeiarse jamás; nunca está contento. Y esa misma pasión lo hunde cada vez más en ese pecado que tiene muchas caras, en diversas maldades, en la vacuidad del mundo. Por eso es que el demonio no se desvive en atacar a los ricos. Simplemente los ata a sus riquezas y los arrastra a la perdición. Por eso fue que el Señor dijo: “Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que un rico entre en el Reino de Dios” (Marcos 10, 24-25).
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele vieții, Editura Egumenița, Galați, p. 45)