Lo único que puede librarnos de las trampas del maligno
Protegidos por la humildad y la contrición, con el auxilio y la Gracia de Dios llegaremos directamente y sin peligro al cristalino y diáfano puerto del Paraíso y al Reino de la vida eterna.
San Antonio el Grande, un justo de Dios y fundador de la vida monástica, dijo: «Un día, tuve una visión: vi las trampas del demonio abarcando todo el mundo. Entonces, lleno de tristeza pregunté: “¿Cuál es nuestra salvación?”. En ese momento, una voz me respondió: “¡La humildad!”». Y, ya que por nuestra indolencia y negligencia nos vemos privados de ella, oremos con fe, devoción, arrepentimiento y lucidez, con suspiros y lágrimas, al Dador de todo lo que es bueno, a Aquel que nos otorga las virtudes y todos los dones, para que nos conceda, además, la humildad verdadera y una sincera contrición.
Y, librándonos así de las enmarañadas trampas del maligno y de todos sus ardides, protegidos por la humildad y la contrición, con el auxilio y la Gracia de Dios llegaremos directamente y sin peligro al cristalino y diáfano puerto del Paraíso y al Reino de la vida eterna, en donde hallaremos descanso para nuestras almas. Amén.
(Traducido de: Părintele Filotei Zervakos, Mărturisirea Credinței Ortodoxe, Editura Bunavestire, Galați, 2003, p. 36)