Los beneficios de la confesión frecuente
Quien se confiesa con frecuencia, recordando que pronto habrá de encontrarse con su confesor, aunque sienta el impulso de pecar, se detiene, evocando la vergüenza que habrá de sentir ante el sacerdote y la amonestación que éste le infligirá.
Así como un árbol que es plantado y replantado en sitios diferentes no puede echar profundamente sus raíces en la tierra, así también los malos hábitos y las inclinaciones al pecado son incapaces de echar raíces profundas en el corazón de quien se confiesa con frecuencia. O, mejor dicho, así como un árbol viejo y robusto no puede ser cortado de un sólo tajo, así también un viejo hábito o una tendencia pecaminosa no pueden ser desenraizados y eliminados solamente con el dolor del corazón, si no se obtiene también la absolución y la oración del sacerdote confesor.
El que se confiesa con frecuencia puede —con facilidad— examinar su conciencia y conocer cada uno de sus pecados, ya que, al eliminarlos periódicamente, nunca acumulará una gran cantidad de ellos. Mas quien no se confiesa con frecuencia, debido a la enorme cantidad de pecados que va apilando, no sólo no los conoce a detalle, sino que tampoco se acuerda de ellos. Y olvidando sus pecados más graves, estos se quedan sin confesar y sin ser perdonados. Pero ya se ocupará el demonio de recordárselos en el momento de morir, y tan fuertemente será estremecido, que entre llantos y sudoraciones llegará el fin de su vida, cuando ya no pueda confesar todas esas faltas.
La confesión frecuente tiene también otro beneficio, uno preventivo: impedir que el individuo vuelva a pecar. En verdad, quien se confiesa con frecuencia, recordando que pronto habrá de encontrarse con su confesor, aunque sienta el impulso de pecar, se detiene, evocando la vergüenza que habrá de sentir ante el sacerdote y la amonestación que éste le infligirá.
(Traducido de: Sfântul Grigorie Dascălul, Sfătuire foarte frumoasă despre spovedanie, Editura Egumenița, pp. 94-95, p. 97)