Los cambios negativos en la vida espiritual
Todo este laberinto de transformaciones termina extinguiendo el fervor y la devoción.
Un malvado y astuto vecino, especialmente para los principiantes y los débiles, son los cambios o variaciones del ser. Estos cambios se asemejan a las condiciones climáticas, que varían o se transforman temporalmente, sin establecerse de forma permanente. Por eso, no nos asustemos ni cambiemos el curso de nuestra vida espiritual. En este sentido, contamos con el ejemplo de los marineros, que no dejan de viajar, aún a sabiendas que el mar es caprichoso y en cualquier momento podría desatarse una tempestad. Lo que hacen es atar la nave a la orilla, y esperar. Después podrán volver a alta mar y continuar con su viaje.
Después de la caída, estamos condenados de por vida a sufrir semejantes cambios: junto con el primer pecado, el hombre perdió su personalidad, volviéndose víctima de las influencias y sometido a los cambios. Jamás permanece estable en una posición, en un sentimiento, en una opinión. Y es que las palabras, los pensamientos, las cosas, las personas, la dieta, el clima y, en general, todo lo que le sucede, termina influyendo al carácter de hombre. Agreguemos la vileza del maligno, que afecta también la estabilidad de los sentimientos. Todo este laberinto de transformaciones termina extinguiendo el fervor y la devoción. Ese tipo de cambios deben despreciarse. De igual forma, es necesario tener una fe ferviente en la Divina Providencia, un anhelo de Dios y buscar el consejo de los más experimentados. El demonio sabe que nuestra fuerza motriz radica en la devoción y la virtud, por eso es que las ataca, para desarmarnos y desalentarnos.
También hay cambios provocados por nuestros errores personales, cada vez que vulneramos los mandamientos y nos apartamos de la Gracia Divina, entristeciéndola con nuestra culpa. Ante estos cambios hay que tener mucho arrepentimiento y suficiente humildad, con tal de sanar. Es necesario tener mucho valor y atención, que no miedo, para que no se interrumpa esa digna perseverancia y la devoción del que se esfuerza.
(Traducido de: Gheronda Iosif Vatopedinul, Dialoguri la Athos, Editura Doxologia, p. 113-114)