Los frutos de la generosidad
Con el tiempo, el hombre fiel a Dios empieza a rehúsar gastar para sí mismo, porque piensa que eso sería darle un uso injusto a los bienes que se le confiaron.
Al pronunciar la parábola de aquel hombre que se hizo rico y no tenía más intención que comer, beber y deleitarse, hasta que, repentinamente, la muerte vino a buscarlo, sin darle la oportunidad de regocijarse suficientemente con sus bienes, el Señor concluyó: “Así sucederá al que acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios” (Lucas 12, 21). Olvidándose de Dios, los ricos no piensan en otra cosa que no sea el disfrute del cuerpo.
Quienes deseen librarse de la triste suerte del rico de la parábola, “que no acumulen riquezas para sí, sino que se hagan ricos solamente en Dios”; y, ya que la riqueza es algo de Dios, es mejor ofrecérsela a Él cuando tu situación material vaya viento en poca, para santificarla. Comparte con los pobres todo lo que no necesites. Con esto estarás devolviéndole a Dios lo que has recibido de Sus manos. El que da al pobre, a Dios Mismo está dando.
El que da a los demás, aunque parezca que está gastando su riqueza, lo que realmente está haciendo es enriquecerse en virtudes, para Dios, haciéndose agradable a Él. La generosidad nos hace ricos en Dios y atrae hacia nosotros Su bendición. Porque Dios da mucho a quien le es fiel en lo poco. Con sus virtudes, el hombre se enriquece en Dios, no en sí mismo, porque no se considera soberano, sino solamente un administrador, cuya obligación principal es dar lo suficiente a quienes vengan a buscarlo con alguna necesidad. Con el tiempo, el hombre fiel a Dios empieza a rehúsar gastar para sí mismo, porque piensa que eso sería darle un uso injusto a los bienes que se le confiaron.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Tâlcuiri din Sfânta Scriptură pentru fiecare zi din an, Editura Sophia, București, pp. 221-222)