Palabras de espiritualidad

Los peligros que el orgullo entraña para el alma

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

Así fue como logré controlar mi enfado, el cual, sin duda, provenía del orgullo, porque en alguna parte está escrito que “desagradable es ante el Señor el hombre necio y orgulloso”.

En el curso de mi vida, a pesar de ser feo y tonto, pero con mucha seguridad en mí mismo, siempre me pareció que podía lograr algo, aun mucho más que otros, y cuando algo o alguien me humillaba, me enfadaba mucho.

Un domingo cualquiera, el padre stárets vino a la iglesia, justo cuando yo cantaba: “¡Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí!”. Ciertamente, estaba cantando alto, porque la iglesia rebosaba de gente. Entonces, el stárets Vladimir se me acercó lentamente y, cogiéndome del brazo, me llevó afuera:

¡¿Por qué das rebuznos como un burro, so mentecato?! ¡No solo eres feo, también eres torpe!

¿Qué hice yo? En vez de darle la razón y humildemente decir: “¡Perdóneme, reverendo padre!”, me enfadé y corrí al bosque, repitiéndome una y otra vez que el padre tenía algo contra mí y que por eso me había avergonzado frente a tatas personas. Y, en verdad, todo el día estuve deambulando entre los árboles, encendido de enojo, haciendo toda clase de elucubraciones y planes en mi cabeza. De noche, cuando volví a mi celda, encontré un trozo de papel sobre la mesa, en el cual estaba escrito: “¡Perdóname, padre Paisos! ¡Sé que te hice enojar!”.

Simplemente, él ganó, porque pidió perdón.

Así fue como logré controlar mi enfado, el cual, sin duda, provenía del orgullo, porque en alguna parte está escrito que “desagradable es ante el Señor el hombre necio y orgulloso”.

(Traducido de: Ieroschimonahul Paisie Olaru, Dă-le, Doamne, un colțișor de Rai!, Editura Doxologia, Iași, 2010, p. 163)

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