Los peligros que se ciernen sobre el alma que obra el mal
Quienes obran el mal no perciben lo atroz de su muerte espiritual, porque su entendimiento es imperfecto, pueril.
De entre los codiciosos y los que obran el mal a sus semejantes, algunos saben que están pecando, en tanto que otros no tienen la menor idea de que lo que hacen es un pecado muy grave. No darte cuenta de la enfermedad que padeces es realmente peligroso, algo que puede llevarte a la insensibilidad más profunda y a la total destrucción de tu alma. Por eso, tenemos que compadecer a esas personas, porque hacer el mal es algo mucho más digno de conmiseración que soportar el mal. Quienes hacen el mal enfrentan la peor amenaza de todas, en tanto que el perjuicio de los que sufren el mal generalmente es solo material. Asimismo, quienes obran el mal no perciben lo atroz de su muerte espiritual, porque su entendimiento es imperfecto, pueril.
Los niños pequeños suelen subestimar las situaciones de riesgo, por eso es que, a veces, por ejemplo, terminan metiendo las manos al fuego. En cambio, si ven una máscara vacía, o si creen haber visto una sombra, se asustan y se estremecen. Lo mismo pasa con los codiciosos: por temerle a la pobreza —que, en realidad, no es algo que tenga que asustarnos, porque puede ser una inmejorable oportunidad para cultivar pensamientos virtuosos y hacernos humildes—, llegan al extremo de enriquecerse injustamente, lo cual es peor que el fuego, porque convierte en polvo toda buena intención y cualquier atisbo de esperanza que pudiera haber en el alma.
(Traducido de: Cum să biruim iubirea de arginți, Editura Sophia, București, 2013, p. 104)