Los salmos y su importancia en la oración del cristiano
“Dios de mi salvación, ante Ti estoy clamando día y noche”.
Algunas veces, el creyente clama: “Señor, escucha mi clamor, estén Tus oídos atentos al grito de mi súplica”[1]. Otras veces: “Señor, escucha mi plegaria, llegue hasta Ti mi grito” [2]. Y, nuevamente: “A Él clamó mi boca, la alabanza ya en mi lengua” [3]. Cuando habla en silencio y con serenidad, aquel que ora con su corazón dice: “Con todo el corazón busco Tu favor, tenme piedad conforme a Tu promesa” [4]. Además, “Te doy gracias, Dios, de todo corazón, cantaré todas Tus maravillas” [5]. Y “Señor, ponme a prueba, pon en el crisol mi conciencia, mi corazón” [6]. Asimismo: “El justo se alegrará en el Señor y en Él confiará; se congratularán todos los de recto corazón” [7]. De esta forma continúa la expresión calitativa del dolor humano, por medio de oraciones, súplicas, peticiones, agradecimientos, alabanzas y cualquier otro medio considerado adecuado para dar a conocer la bondad divina y la necesidad humana.
El salmista también divide sus oraciones de acuerdo a las horas del día: “Siete veces al día yo te alabo por Tus juicios que son justos” [8] y: “Dios de mi salvación, ante Ti estoy clamando día y noche” [9]. Además: “Me levanto a medianoche a darte gracias por tus justos juicios” [10]. Y, en otra parte: “Me adelanto a la aurora y pido auxilio, en tu palabra espero. Mis ojos se adelantan a las vigilias de la noche, a fin de meditar en Tu promesa” [11].
Entonces, ¡por la mañana, al mediodía, en la noche y en todo momento te seguiré glorificando, Señor!
(Traducido de: Gheron Iosif Vatopedinul, Cuvinte de mângâiere, Editura Marii Mănăstiri Vatoped, Sfântul Munte, 1998, traducere de Laura Enache, în curs de publicare la Editura Doxologia)