Los tres amigos que nos acompañan en nuestro caminar espiritual
Cierto día, un feligrés, un hombre muy devoto, vino a buscar al abbá Pimeno. Con él, un grupo de peregrinos y otros monjes entraron a la celda del anciano, para escuchar algún consejo, algunas palabras de provecho espiritual.
Cierto día, un feligrés, un hombre muy devoto, vino a buscar al abbá Pimeno. Con él, un grupo de peregrinos y otros monjes entraron a la celda del anciano, para escuchar algún consejo, algunas palabras de provecho espiritual. Entonces, volviéndose a donde estaba el primero, dijo el anciano: «Por favor, aconseja tú a estas personas». Sin embargo, el hombre respondió, lleno de rubor: «Perdóneme, padre, pero yo también vengo a aprender…». Pero el anciano insistió. El hombre reconoció humildemente: «Yo soy un simple laico, un vendedor de hortalizas. Compro los vegetales con poco dinero, después hago manojos pequeños y los vendo más caros. No sé hablar de la Biblia, ni otras cosas semejantes. Pero sí que puedo relatarles algo:
Un día, un hombre le dijo a su amigo:
—Quiero ir a ver al rey. Acompáñame.
Su amigo le respondió:
—Está bien, iré contigo. Pero solo hasta la mitad del camino.
Después, el hombre se dirigió a un segundo amigo, a quien dijo:
—Llévame a ver al rey.
Y este le respondió:
—Te llevaré hasta el palacio real.
Finalmente, le dijo a un tercer amigo:
—Acompáñame a ver al rey.
Y el amigo le respondió:
—Te acompañaré hasta el palacio, donde anunciaré tu llegada y te presentaré ante el rey».
Entonces, los presentes le preguntaron al hombre cuál era el sentido de aquel relato.
Y el hombre respondió: «El primer amigo es el esfuerzo, que suele acompañarnos hasta la mitad del camino. El segundo amigo es la pureza, que nos lleva hasta el Cielo. Y el tercer amigo es la misericordia, que nos lleva con determinación hasta donde está Dios, nuestro Rey».
Y todos quedaron satisfechos con aquellas palabras. ¡Gloria a Dios!
(Traducido de: Proloagele, volumul I, Editura Bunavestire, pp. 509-510)