Luchar hasta el final
“¡Lucha, hermano, y no cejes en tu empeño! Haz todo lo posible por mantener tu mente, tus ojos y tu cuerpo puros”.
Un día, un monje le preguntó al padre Atanasio Păvălucă:
—¿Qué puedo hacer, padre Atanasio, para poder vencer esos pensamientos impuros que tanto me atacan?
—¡Lucha, hermano, y no cejes en tu empeño! Haz todo lo posible por mantener tu mente, tus ojos y tu cuerpo puros. Si el monje pierde su castidad, lo ha perdido todo. Mantente casto hermano, porque la virginidad es un gran don. Aférrate a ella hasta que mueras, para que tus oraciones sean bien recibidas por Dios. Si la pierdes, te sentirás avergonzado al presentarte frente a Cristo y los santos ángeles.
—Pero ¿qué puedo hacer, padre, para librarme de esa guerra?
—¡No te desanimes, hermano, porque sin guerra no hay corona, ni salvación! Fortalécete con el ayuno, la oración incesante, la lectura del Salterio y la confesión frecuente. Porque esta es la mayor lucha del monje.
A veces, el anciano les decía a sus discípulos:
—Hermanos, no cuiden solamente ovejas. Tienen que cuidar también sus pensamientos, para que no los rapten los lobos del infierno. Cumplan con su canon de oración, confiésense con frecuencia y no se olviden del momento en que habrán de morir.
Un día, un fiel le preguntó:
—¿Qué camino debo elegir? ¿El de los ortodoxos que siguen el calendario antiguo, o el de los que se rigen por el nuevo calendario?
—¿Qué es eso de la diferencia de calendarios? ¡Nuestras acciones virtuosas, eso es lo único que importa! ¡Obedezcan a la Iglesia y jamás se equivocarán!
En el otoño de 1955, el padre Atanasio se enfermó. Entonces, lo llevaron del establo al hospital del monasterio, en donde comulgó. Poco después, partió al Señor en paz y con una profunda humildad, con el Salterio a un lado y con el alma llena del gozo del Espíritu Santo.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 600)