Manos abiertas
Sigamos Sus huellas, con los Apóstoles, y no dudemos en dar todo lo que tenemos.
En verdad es posible ayudar a nuestros semejantes no solamente con oro y plata. Si bien no todos tenemos mucho dinero a nuestra disposición, sí que podemos ofrecer un poco de calor espiritual o mitigar el sufrimiento de alguien que vive solo, con un buen consejo o nuestra compasión fraterna, sin importar si somos jóvenes o viejos, ricos o pobres. Ningún impulso virtuoso del corazón será ignorado ante los ojos de Aquel que prometió recompensarnos aún por un vaso de agua ofrecido con amor.
Nuestro Señor fue más pobre que la mayoría de nosotros. No tenía ni dinero, ni donde reposar Su cabeza; sin embargo, ¡qué rebosante fue el manantial de amor y compasión que derramó sobre la humanidad entera! ¡Qué ejemplo vivo nos concede, al alcance de cada uno, con la ayuda que a cada instante ofreció, a lo largo de Su vida, a quienes se hallaban en el dolor!
Sigamos Sus huellas, con los Apóstoles, y no dudemos en dar todo lo que tenemos.
(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p. 248)