¡Me sofocan las preocupaciones de esta vida!
Las responsabilidades de Dios no pueden ser asumidas sin el poder de Dios, y Sus obras no pueden realizarse sin Su sabiduría. El enano no puede adjudicarse las atribuciones del gigante, ni el hombre las de Dios.
Preocupaciones, preocupaciones y más preocupaciones. Miremos a nuestro alrededor e inmediatamente descubriremos de dónde provienen tantas preocupaciones. Las personas de fe tienen preocpaciones pequeñas, en tanto que los que no creen tienen preocupaciones graves, serias ¿Por qué esta diferencia? Porque las personas que sienten la presencia de Dios en su vida tienen esperanza en Él. Por eso, le elevan sus oraciones y le trasladan sus cargas y problemas, sabiéndolo Todopoderoso. Dice el salmista: “Encomienda a Dios tus cuidados y Él te sostendrá” (Salmos 54, 25).
Observemos, hermanos míos, cómo aquellos que en verdad viven felices son los que han recibido este mandamiento de Cristo y hacen todo en conformidad con Su Palabra. Al contrario, quienes hacen de todo para asegurarse los bienes materiales que creen necesitar —sin importar con qué medios—, con tal de satisfacer sus propios planes y deseos sin la ayuda de Dios, son precisamente los que más sufren por las preocupaciones. Construyen, pero una mano invisible destruye lo que edifican. Acumulan, pero un viento invisible dispersa todo. Corren, pero una fuerza prodigiosa alarga más y más su camino, alejando con cada paso la meta que se han propuesto. Por eso es que las personas sin fe se consumen pronto: envejecen antes de tiempo, se debilitan, viven cansados, pierden los nervios, su corazón sufre, su mente se llena de tinieblas, su voluntad languidece. Si les preguntas la razón de su lamentable estado, recibirás una respuesta completamente “moderna”: “Son las preocupaciones… ¡Tantas preocupaciones me están destruyendo!”. ¿Y cómo podría ser de otra manera, cuando el pobre hombre ha asumido las cargas y cuidados de Dios? Pero las responsabilidades de Dios no pueden ser asumidas sin el poder de Dios, y Sus obras no pueden realizarse sin Su sabiduría. El enano no puede adjudicarse las atribuciones del gigante, ni el hombre las de Dios.
(Traducido de: Nicolae Velimirovici, Prin fereastra temniței, Editura Predania, București, 2009, p. 207)