Mientras más se acerca el hombre a Dios, más humilde se vuelve
La humildad es una virtud que se obtiene poco a poco; a veces deben pasar años enteros antes de que puedas alcanzarla por completo.
Un monje fue a visitar a un venerable anciano, y le preguntó: “¿Qué hizo usted, padre, para alcanzar una humildad tan grande y tantos carismas más?”. “Hijo mío”, respondió el anciano, “yo estoy lleno de debilidades y defectos… De hecho, soy el más grande de todos los pecadores”. El monje se quedó como de piedra. Viendo el asombro de quien le interpelaba, el anciano agregó, con un suave tono paternal: “El alcalde municipal es como el rey de su circunscripción. Pero, cuando el rey lo llama a la capital y allí se encuentra con ministros y generales, se da cuenta de que no es nada, porque adquiere la conciencia de que no es más que un cero. Así, mientras más se acerca el hombre a Dios, más humilde se vuelve”.
La humildad es la virtud más importante: cuando la alcanzas, el maligno no puede golpearte más. Claro está, es una virtud que se obtiene poco a poco; a veces deben pasar años enteros antes de que puedas alcanzarla por completo. Pero, una vez la obtienes, no necesitas afanarte más, porque ella actúa por sí misma.
(Traducido de: Părintele Efrem Athonitul, Despre credință și mântuire, traducere de Cristian Spătărelu, Editura Bunavestire, Galați, 2003, p. 17)