Mira a todos con los ojos del amor
Aprendamos a ver a nuestro semejante así como es él en su profundidad, en su esencia, para relacionarnos con él de la forma debida. Así se relaciona Dios con nosotros. Él no nos ama porque seamos buenos; Dios no es piadoso con nosotros porque seamos dignos de su amor. Simplemente nos ama.
Debemos recordar que el único medio de renacer al hombre, la única forma de darle la posibilidad de florecer plenamente, es amándolo, pero no por sus virtudes, sino a pesar de que es imperfecto; amarlo simplemente porque es hombre y porque cada persona es, como tal, importante y maravillosa. Tengamos siempre la certeza de que esto es así. Pero no siempre conseguimos ver al otro de esta manera: sólo los ojos del amor nos permiten verlo así, a trasluz. Si lo miramos con ojos indiferentes, no conseguiremos distinguir nada, tan sólo sus manifestaciones exteriores —como los rasgos de su rostro— apreciándolo de la misma manera en que lo hacemos con todo lo demás: un perro, un caballo o cualquier objeto con el que podríamos desear compararlo.
Aprendamos a ver a nuestro semejante así como es él en su profundidad, en su esencia, para relacionarnos con él de la forma debida. Así se relaciona Dios con nosotros. Él no nos ama porque seamos buenos; Dios no es piadoso con nosotros porque seamos dignos de su amor. Simplemente nos ama.
(Traducido de: Mitropolitul Antonie de Suroj, Taina iubirii, traducere de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sofia, București, 2009, pp. 83-84)