Mis últimas palabras...
¿Qué pasaría si me pidieran que pronunciara mis últimas palabras, mi último discurso? ¿Qué diría?
Una vez leí, no recuerdo en dónde, que a un orador le pidieron que pronunciara su último discurso. Le dijeron que después de ello no podría ya decir nada. Debo reconocer que ignoro el resto de la historia, pero creo que si me pongo a investigarlo, podría averiguar cómo fue ese último discurso. Con todo, este asunto me dejó pensativo. ¿Qué pasaría si me pidieran que pronunciara mis últimas palabras, mi último discurso? ¿Qué diría? ¿Saben qué diría? Pronunciaría esas palabras que escuchamos constantemente, pero que no obedecemos... Unas palabras que escuchamos cada vez que participamos de la Divina Liturgia, pero que nunca ponemos en práctica. ¿Cuáles son esas palabras? “¡Amémonos los unos a los otros, para profesar unánimes nuestra fe!”.
¿Por qué estas palabras y no otras? Porque estas palabras nos llevan al cumplimiento del mandamiento del amor al prójimo. No obstante, en la Divina Liturgia, cuando recibimos dicha exhortación y respondemos: “¡En el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, Trinidad consustancial e indivisible!”, nos parece que nos hemos librado de nuestro deber de amarnos los unos a los otros. No nos amamos y ni siquiera recordamos que debemos amarnos. ¡Oh, cuánto cambiaría este mundo, para bien...!
(Traducido de: Arhim. Teofil Părăian, Bucuriile credinței, Editura Mitropoliei Olteniei, p. 210-211)