Palabras de espiritualidad

No basta con decir que creemos, tenemos que demostrarlo

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El ayuno, la oración y la caridad son la expresión práctica de la fe, la esperanza y el amor.

Has entendido la fe como la práctica del bien. Así es como debes entenderla. Tu ejercicio hasta ahora ha consistido en el ayuno, la oración y la caridad. Bien, estos tres aspectos tienen una importancia muy grande. El ayuno, la oración y la caridad son la expresión práctica de la fe, la esperanza y el amor. Con todo esto demuestras que te has confiado a la voluntad de Dios. Y si cumples también algún otro mandamiento de Cristo, con ello mostrarás nuevamente que te has confiado Su voluntad. Esta consagración a la voluntad de Dios es como el alma de todas nuestras obras relacionadas con la fe, y no solo de las obras y esfuerzos que realizamos en relación con la fe, sino también de todos nuestros pensamientos, sentimientos y actos. En pocas palabras, es el alma de toda nuestra vida. “He descendido del Cielo no para hacer Mi voluntad, sino la voluntad del que Me ha enviado” (Juan 6, 38), dijo el Señor. Y en la víspera de Su pasión, cuando sudó sangre, clamó al Padre: “¡No se haga Mi voluntad, sino la Tuya!”.

Hay una gran cantidad de bautizados que se esfuerzan por cumplir toda la ley de Dios, pero aun así no se han entregado por completo a Su voluntad. Cuando llega el sufrimiento, se quejan de su Creador. Con esto revelan que no confían en la voluntad de su Dios, que toda su fe es superficial y que las obras de su fe están calculadas con la razón humana. Por lo tanto, debes saber que cultivar la entrega a la voluntad de Dios es más importante que todos los demás ejercicios de fe que realizamos. Al comenzar cada nuevo día, di: “¡Hágase Tu voluntad, Padre!” y al caer la noche, di: “¡Hágase Tu voluntad, Padre!”. Tanto cuando goces de salud como cuando caigas en el lecho de la enfermedad, vuelve a decir: “¡Hágase Tu voluntad, Padre!”. Cuando ganes o cuando pierdas, repite de nuevo: “¡Hágase Tu voluntad, Padre!”. Y, finalmente, cuando venga el momento del que nadie puede librarse y te encuentres cara a cara con el ángel de la muerte, di con valentía: “¡Hágase Tu voluntad, Padre mío y Dios mío!”.

(Traducido de: Episcopul Nicolae VelimiroviciRăspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, vol. II, Editura Sophia, Bucureşti, 2003,  pp. 92-93)