No confíes en lo que vean tus ojos
El centro, la esencia y el propósito de todas las cosas son invisibles para el ojo físico, pero visibles para el ojo interior, para la visión espiritual que hay en nuestro interior, para nuestra mente.
No confíes en lo que vean tus ojos. Porque los ojos ven sólo lo que está en la superficie, no lo que subyace en lo profundo. Ven la corteza, no la médula. Ven al actor y no al hombre. Ven al hombre, pero no a Dios. Una mente bendecida es esa que es capaz de ver lo que el ojo no ve: lo profundo que hay debajo de la superficie, la médula que está bajo la corteza, el hombre que está detrás del actor, y a Dios más allá del hombre. Lo que no se ve es sólo para los maduros, lo que se ve, para los niños. Todas las profundidades y alturas del ser son invisibles. El centro, la esencia y el propósito de todas las cosas son invisibles para el ojo físico, pero visibles para el ojo interior, para la visión espiritual que hay en nuestro interior, para nuestra mente. En otras palabras, el ojo físico ve señales e imágenes, pero la mente es capaz de ver el espíritu y el propósito. “¿Por qué les hablas en parábolas?”, le preguntaron los discípulos a su Señor. Y Él respondió: “A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no” (Mateo 13, 11). Tienen los ojos abiertos, pero no la mente. Con los ojos del cuerpo ven las cosas del cuerpo, el aspecto de las cosas, sus colores y formas, pero no son capaces de ver ni el centro, ni el propósito, ni el sentido de esas cosas.
(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Prin fereastra temniței, Editura Predania, pp. 104-105)