¡No dejemos que nuestra alma muera!
Quienes no lloran, es que han caído en la peor de todas las herejías: creer que la salvación se puede alcanzar solamente por medio de las formas exteriores de la devoción.
Quien no llora cada día —por no decir a cada hora, para no cansarnos desmesuradamente—, deja que su alma muera de hambre y se pierda para siempre. Si las lágrimas y el arrepentimiento son algo natural al hombre, no nos apartemos de ese bien esencial. Apartemos, eso sí, toda maldad, toda argucia y toda petrificación del corazón, cultivando con alegría el gran don de Dios. Guardemos el arrepentimiento con atención, cual mandamiento del Señor, con humildad, sencillez, candidez y paciencia en las tentaciones, sumado al estudio de las Divinas Escrituras; pero, ante todo, trabajemos en la concientización de nuestros pecados y en aprender a vivir con una profunda culpabilidad ante el Señor.
Así pues, quien sea lerdo y falto de perseverancia, desconsiderando su propia salvación, que no diga que hoy es imposible salvarse, porque de esta manera estaría cerrando las puertas del Reino de los Cielos a otros. Y afirmar algo así conlleva una seria responsabilidad. Desde luego que si alguien afirma que es imposible salvarse, es que considera también que la contrición es imposible o en vano.
Tristemente, hay cristianos que creen en la salvación, pero rechazan la contrición con lágrimas. A estos les recuerdo que: “Bienaventurados los que lloran, porque recibirán consuelo”. Quienes no lloran, es que han caído en la peor de todas las herejías: creer que la salvación se puede alcanzar solamente por medio de las formas exteriores de la devoción. No obstante, se les olvida que todos nos presentaremos ante el altar de Cristo, descubiertos e indefensos, para que cada uno sea recompensado por parte de Su juicio ecuánime, no el nuestro.
(Traducido de: Sfântul Simeon Noul Teolog, Miezul înțelepciunii Părinților, Editura Egumenița, p. 30-31)