Palabras de espiritualidad

No es posible recorrer solos el camino a la salvación

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Decirle a alguien: “Te amo”, es decirle: “¡No morirás jamás!”, entendiendo, con estas palabras, lo siguiente: “Cuentas tanto para mí, que daré testimonio de ti ante Dios, aunque nadie más lo haga, a excepción de Dios y de mí mismo”.

Cristo nos llama a morir para nosotros mismos. ¿Qué significa esto? La afirmación parece ambigua, como todo lo que se puede decir sobre la muerte. ¿Significa, acaso, llegar a la autodestrucción? Estoy seguro de que hay muchos que piensan así, y buscarán la manera de aplicar esas palabras de una forma equivocada. Felizmente, se equivocan, pero viven atemorizados. Entendidas correctamente, las palabras “morir para uno mismo” significan aceptar el proceso de extinción gradual de algo que vive en nosotros, comprendiendo que en nuestro interior hay un ser profundo y real, que pertenece a la eternidad, y un ser superficial que debe disolverse. Tenemos que renunciar a ese “yo” superficial, para vivir de una forma lo más plena posible. Muchos sienten que no pueden ser conscientes de su propia existencia si no se afirman, razón por la cual exigen ser reconocidos por los demás. Otros reaccionan, intentanto defenderse en contra de dicha agresividad. Si tuivéramos fe, aceptaríamos que no tenemos que afirmarnos imponiendo a otros esta concientización forzosa del hecho que existimos; y podríamos tener la certeza de que somos amados y afirmados por medio de los demás. Tenemos que aprender a ser mucho más de lo que somos. No basta con saber que Dios nos ama y que Él nos afirma. Necesitamos ser afirmados por nuestro prójimo, por al menos una persona que nos diga: “Para mí, tú cuentas en el sentido más profundo y más cierto posible”.

Gabriel Marcel afirmaba, en uno de sus libros, que decirle a alguien: “Te amo”, es igual a decirle: “¡No morirás jamás!”, entendiendo, con estas palabras, lo siguiente: “Cuentas tanto para mí, que daré testimonio de ti ante Dios, aunque nadie más lo haga, a excepción de Dios y de mí mismo”. ¡Cuánto podríamos lograr, si fuéramos capaces de reconocernos como hermanos en el camino a la salvación! Ciertamente, cuánto no conseguiríamos, si pudiéramos decir: “Sí, estoy listo para dar testimonio de ti, aunque no sepa si podré hacerlo completamente, ya que tu existencia es un reto para mí; aunque me dé miedo hacerlo, te respaldaré en todo lo que pueda”. De este modo podríamos crecer a un nivel de madurez tal que nos permitiría afirmar al otro, proclamando su valor fundamental, fuera cual fuera su precio. Aquel que sea afirmado de esa manera, podrá olvidarse de sí mismo y vivir plenamente. Este es el camino que se nos invita a seguir. Necesitamos tener el coraje de luchar contra todas esas capas de temor que han dejado un grueso sedimento en nosotros, para poder dar testimonio los unos de los otros en la eternidad, luchando contra el miedo y venciéndolo.

Tenemos que renunciar a nosotros mismos a cada paso, para que el otro pueda ser. Tal como San Juan el Bautista se veía a sí mismo disminuyendo, para que el Otro pudiera crecer (Juan 3, 30), también nosotros estamos llamados a morir para nosotros mismos, para que el otro, nuestro semejante, pueda vivir.

Luego, “morir” significa no guardar nada más en nosotros, afuera de lo que es esencial para la plenitud de la vida.

(Traducido de: Mitropolitul Antonie al SurojuluiViața, boala, moartea, Editura Sfântul Siluan, 2010, pp. 148-150)