Todos tendríamos que temerle al pecado, porque, si nos diera miedo pecar, evitaríamos cualquier ocasión de caer en falta. Dicho de otra manera, si no eludimos esas ocasiones de pecado, caeremos cada vez más profundo en la impureza espiritual y en los hábitos más perniciosos, en las pasiones, en los pensamientos obsesivos, en todo eso de lo cual no se puede escapar fácilmente, o quizá jamás, como cuando nuestras iniquidades envejecen junto a nosotros. Los pecados son realidades que agobian.

Hay un canto popular que dice: “En casa del bueno se alegran hasta mil / Pero en la casa del malo no se alegra ni él mismo”.

¿Por qué? Porque los pecados nunca traen la felicidad.

Se dice que el sabio no comete dos veces el mismo error, si observa que se ha equivocado. Si has errado y reconoces tu falta, no tienes ninguna razón para repetirla. Si la repites significa que estás pecando, y el pecado trae las pasiones, mismas que alimentan la maldad en el alma.

(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniți de luați bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, pp. 103-104)