No hay cristiano que no sea tentado al orar
¡Oremos con humildad, traigamos a Dios a nuestros corazones! ¡Es mejor sentir que no somos nada, que elevar tanto nuestra mente, que termine perdiéndose en las alturas!
Padre, ¿qué recomienda hacer cuando, leyendo nuestras oraciones, la mente vuela hacia las cosas de este mundo?
—Yo lo que aconsejo es la oración hecha desde el corazón.
También en el mundo de los santos hay subidas y bajadas. También ellos experimentaron momentos de vacío.
No temas cuando, al rezar, vengan los malos espíritus a desviar tu mente de la oración. No hay cristiano (laico) ni monje que no sea tentado cuando ora. Por eso, cuando sintamos que eso está ocurriendo, no debemos dejar de orar, al menos con la mente.
El poder de la oración es inconmensurable. Hay algunos que van perdiendo, poco a poco, la calidad de su oración. Otros, los que oran con el corazón humilde, sienten como un alivio cuando oran. Y oran una y otra vez, esperando volver a sentir aquel consuelo... pero, atención, que ese desahogo puede provenir también de los demonios. Hay que saber reconocer ese estado de falso sosiego que con tanto regocijo nos provocan los demonios, con tal de mantenernos insensibles al verdadero consuelo de la oración que nace de un corazón contrito, la oración desinteresada e incesante. Recuerdo que una chica, estudiante de medicina, me dijo alguna vez: “Padre, me he comprado no sé cuántos libros de oraciones, y suelo leerlos todos... pero hay momentos en los que mis pensamientos se me van cuando estoy orando”.
¡Oremos con humildad, traigamos a Dios a nuestros corazones! ¡Es mejor sentir que no somos nada, que elevar tanto nuestra mente, que termine perdiéndose en las alturas!
(Traducido de una entrevista hecha por Mariana Borloveanu al padre Arsenie Papacioc)