No hay hombre más sabio que el misericordioso
El que es presa del materialismo vive siempre entre tristezas e inseguridades, porque, por un lado teme que alguien le quite lo que posee y por otro, que no lo despojen de su alma. La mano del avaro se atrofia de tanto permanecer apretada, mientras que su corazón se hace de piedra. Para sanar, deberá buscar a los más necesitados y aprender a sentir su dolor, de forma que, poco a poco, sienta la necesidad de abrir su mano.
El que es bueno por naturaleza no sabe guardar maldad en su corazón y tampoco guarda su bondad sólo para sí mismo. Por eso es que no sabe guardar cosas bellas, ni se deja impresionar por la belleza del mundo, demostrando con esto su encendida fe en Dios, así como su inmenso amor.
No hay hombre más sabio que el misericordioso, porque da de las cosas de este mundo, que son pasajeras, y compra de las cosas celestiales, eternas. No hay hombre más sabio que el misericordioso, ciertamente, ni más necio que el avaricioso, que junta lo todo para sí mismo y no sabe dar a los demás, comprando con sus ahorros el infierno. Los que se pierden por lo material, se pierden completamente, porque a Cristo es a quien pierden.
El que es presa del materialismo vive siempre entre tristezas e inseguridades, porque, por un lado teme que alguien le quite lo que posee y por otro, que no lo despojen de su alma. La mano del avaro se atrofia de tanto permanecer apretada, mientras que su corazón se hace de piedra. Para sanar, deberá buscar a los más necesitados y aprender a sentir su dolor, de forma que, poco a poco, sienta la necesidad de abrir su mano. Sólo entonces su corazón de piedra se ablandará, volviendo a su estado original de corazón humano y abriéndole las puertas del Paraíso.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Epistole, traducere din limba grecă de Ieroschimonah Ştefan Nuţescu Schitul Lacu – Sfântul Munte Athos, Editura Evanghelismos, Bucureşti, 2005, pp. 101-102)