No importa si es poco, pero dale algo al necesitado
Purifiquémonos con la caridad, lavémos con hierbas curativas nuestras suciedades y manchas, para hacernos blancos, unos como la lana y otros como la nieve, de acuerdo a la piedad de cada uno. La compasión con toda el alma es el mejor medicamento para el que sufre. El afecto verdadero alivia el dolor.
Enriquécete no sólo de bienes, sino también de devoción; no sólo de oro, sino también de virtudes, o mejor tan sólo con una virtud. Honra más a tu semejante, demostrándole tu bondad. Hazte “dios” para el afligido, imitando la misericordia de Dios. Dale algo, aunque sea poco, al necesitado.
Porque hasta lo más pequeño es importante para el que no tiene nada, al igual que para Dios, porque Él sabe cuáles son tus posibilidades de ayudar. En vez de una ofrenda grande, dale tu devoción, y si no tuvieras nada para darle al otro, llora por él. La compasión con toda el alma es el mejor medicamento para el que sufre. El afecto verdadero alivia el dolor.
Hermano, el hombre no vale menos que el animal, al cual la ley te ordena socorrer (Deuteronomio 22, 1-4). En consecuencia, ¿cuán grande es la misericordia que debemos practicar con nuestros semejantes, si incluso a los animales estamos llamados a ayudar? “El que oprime al pobre ofende también a su Creador, pero el que se apiada del necesitado, lo honra”, nos dice la Santa Escritura (Proverbios 14, 31). ¿Quién no recibiría a semejante Deudor, quien, más allá de la deuda, cuando sea el tiempo propicio, nos dará también réditos? Y en otro lugar dice: “Los pecados son purificados por medio de la rectitud y la caridad”. Purifiquémonos con la caridad, lavémos con hierbas curativas nuestras suciedades y manchas, para hacernos blancos, unos como la lana y otros como la nieve, de acuerdo a la piedad de cada uno.
(Traducido de: Glasul Sfinţilor Părinţi, traducere de Părintele Victor Mihalache, Editura Egumeniţa, 2008, pp. 381-382)