¡No le abramos nuestro corazón al maligno!
Lo único que sabe el maligno es urdir trampas y causar males; él no conoce nuestros buenos pensamientos.
Padre, ¿el maligno sabe lo hay en nuestro corazón?
—¡Solo eso faltaba, que conozca nuestros corazones! Solamente Dios conoce el corazón de cada quien, y solamente a algunos de Sus siervos les revela, algunas veces y por nuestro propio bien, lo que hay en nuestros corazones. Lo único que sabe el maligno es urdir trampas y causar males; no conoce nuestros buenos pensamientos. En todo caso, por experiencia, intuye algunas cosas, pero incluso en esto se equivoca constantemente. Y si Dios no le concediera percibir ni siquiera esas cosas, se equivocaría en todo, porque el maligno vive en la oscuridad. ¡Cero visibilidad!
No conoce, por ejemplo, lo bueno que estamos pensando en este momento. Si tenemos un mal pensamiento, sí que lo conoce, porque es él mismo quien nos lo induce. Si quiero ir a algún lado a hacer el bien, a ayudar a alguien, el demonio no lo sabe. Pero, cuando le susurra a la persona: “¡Ve y ayuda a tu vecino!”, encubriendo la tentación de caer en el orgullo, claro que conoce ese pensamiento.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești, vol. I Cu durere și dragoste pentru omul contemporan, Editura Evanghelismos, București, 2003, pp. 56-57)