¡No nos permitamos perder el don de Dios!
¡Bendito sea aquel que día y noche procura agradarle al Señor, para hacerse digno de Su amor! Con su experiencia conocerá y podrá sentir la Gracia del Espíritu Santo.
¡Hermanos, conservemos la Gracia de Dios! Con ella, la vida es muy simple, todo funciona bien, con la ayuda de Dios. Si tenemos la Gracia, todo se llena de amor y alegría, el alma se siente inmersa en una paz profunda que viene de Dios, y camina como si se hallara en un bello jardín con la presencia del Señor y de Su Santísima Madre. Al contrario, cuando le falta la Gracia, el hombre no es más que un puñado de tierra pecadora; pero, con la Gracia de Dios, el hombre puede llegar a asemejarse a la mente de los ángeles. Los ángeles sirven a Dios y lo aman con su mente; del mismo modo, el hombre puede llegar a ser como un ángel con su mente.
¡Bendito sea aquel que día y noche procura agradarle al Señor, para hacerse digno de Su amor! Con su experiencia conocerá y podrá sentir la Gracia del Espíritu Santo. La Gracia no viene de una forma imperceptible para el alma, y, cuando se va, el alma suspira y llora para que regrese.
¡Demos gracias a Dios por permitirnos entender la venida de la Gracia y enseñarnos a conocer para qué viene y por qué se va! El alma del cristiano que cumpla con todos los mandamientos, sentirá siempre la presencia de la Gracia. Por otra parte, la Gracia se pierde fácilmente cuando caemos en la soberbia o en un solo pensamiento de orgullo. Podemos ayunar mucho, orar mucho y practicar la caridad en gran medida, pero si nos jactamos de lo que hacemos, nos estaremos pareciendo a un instrumento que resuena, pero que por dentro está vacío.
(Traducido de: Cuviosul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 110)