“No oro para que tu dolor se vaya, sino para que sepas valorarlo y entenderlo”
El dolor es la cruz que arde los pecados que reconocemos como tales.
El dolor es la cruz que arde los pecados que reconocemos como tales. Por eso, debemos agradecerle a Dios por Su misericordia, enviada a nosotros por medio del dolor. A cada cristiano le corresponde atravesar el fuego de los pecados, como fácilmente se puede deducir si entendemos que no hay nadie que no haya pecado en su vida. Por eso, entre las consecuencias del pecado están también las enfermedades.
No oro para que tu dolor se vaya, sino para que sepas valorarlo y entenderlo.
El tesoro debe ser repartido, pero con equilibrio, no en cualquier lugar, sino en la Iglesia, en manos de esperanza. No vale la pena confiar ciegamente en lo humano, creyendo que tu salud depende de la ciencia y que ésta puede sobrepasar las disposiciones de Dios. He notado que, con el tiempo, te has vuelto más juicioso. Esto demuestra el buen consejo que tu ángel custodio de da.
El más duro estado al que puede llegar el hombre, es sentirse abandonado por Dios. Pero, conociendo nuestras debilidades y la astucia del maligno en tales momentos, el Señor no permite que ese estado dure mucho tiempo. Y el hecho que tu orgullo haya desaparecido es algo que debes agradecerle a la piedad de Dios. ¡Cuídate de toda tristeza y desesperanza, cuya hostilidad es conocida por todos!
(Traducido de: Arhimandritul Ioan Krestiankin, Povăţuiri pe drumul crucii, Editura de Suflet, Bucureşti, 2013, pp. 35-36)