Respetemos con rigor estas dos normas de vida: no perder nunca la esperanza y no dejar que otros lo hagan. Veamos siempre hacia adelante con valentía, buscando siempre un punto luminoso. No nos atrevamos a caer en la desesperanza, porque nuestro estado espiritual se podría proyectar en los que nos rodean y nuestros negros pensamientos podrían hacer que ellos también pierdan la esperanza, junto a su capacidad de luchar en contra de las tentaciones. Antes que hablar en voz alta de nuestros miedos, mejor callemos. Si nuestro corazón está lleno de la alegría de la esperanza, podremos hablar en voz alta de la fe y de la felicidad que Dios nos ha dado, para que se proyecten, como una bendición, sobre esos que están cerca de nosotros. No olvidemos que, aún en los días más oscuros, el sol brilla más allá de las nubes y, esperando con paciencia que aparezca nuevamente en el firmamento, no nos permitamos caer en la desesperación. Ésta destruye lo que hayamos avanzado, nos hace sentir débiles. Veamos siempre hacia adelante, buscando siempre un punto luminoso. El Señor guiará nuestras esperanzas y la vida que nos rodea nos parecerá más alegre, más luminosa y más bella.

(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p. 372)