Me reconozco a mí mismo como un puñado de hierba seca. Y, como un lirio del campo, al cual Dios hace crecer y viste delicadamente, así mi vida germina, hasta hacerse polvo. Porque, tal como la hierba silvestre hoy existe y mañana se le arroja al fuego, así también la muerte arrastra a todos con ella, por más que lloremos amargamente. Demorar mi contrición hasta el momento de morir es una ilusión que me encandila. Pero cuando pienso en mi pecado, me da miedo morir. Y cuando me arrepiento, las cosas pasajeras del mundo me evitan. Y, cuando pienso en la vejez, el sepulcro me lleva al juicio, sabiendo que no he cumplido con los mandamientos y que en cualquier momento moriré y volveré a la arcilla de la que fui hecho.

En algún momento fui un hermoso árbol, pero, debido a los estragos causados en mí por el paso del tiempo, seré cortado y arrojado al fuego. Soy como el trigo que se marchita, y seré segado por los ángeles que vienen para eso. ¡Oh, alma mía, estremécete ante esos ángeles! Hazte amigo de los que no pueden ser lisonjeados, haz que sean tus amigos, renunciando a las cosas del mundo antes de que llegue la hora doce. Avergüénzate, alma mía, arrepintiéndote en esta vida, para no caer en las manos del enemigo. Sé misericordiosa y sincera al perdonar, para mitigar a los ángeles que vienen como el fuego. Perdona, alma mía, para que también tú seas perdonada; consuela a quienes sufren en el alma, para que, viéndote con esto libre de la muerte y las lágrimas, puedas ser conducida allí donde están los que viven y descansan, por haberte hecho agradable ante el Señor.

(Traducido de: Sfântul Simeon Stâlpnicul din Muntele Minunat, Dorind frumusețea Mirelui Celui fără de moarte, Viața și cuvinte de folos, Editura Doxologia, Iași, 2013, pp. 67- 69)