Palabras de espiritualidad

“No puedo vivir en el mundo, en medio de todos sus afanes, y alcanzar mi salvación”

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

      Foto: Bogdan Zamfirescu

Ha de venir el momento en el que el teatro de este mundo se desmorone. Entonces ya no podremos luchar. Cuando esta vida se termine, ya no podremos comerciar. Después de que se cierre la plaza, ya no podremos ser coronados. ¡Este tiempo es tiempo de contrición, porque el que viene será de juicio! ¡Este tiempo es de luchas, el otro será de coronación!

¿Quieres que te explique en pocas palabras por qué no es el lugar en el que te hallas el que te salvará, sino tu propia actitud y voluntad? Adán, estando en el Paraíso, puerto seguro, se ahogó (Génesis XIX, 16); Job, estando en la miseria, se reformó (Job II, 8) y Saúl, en medio de las riquezas, perdió el reino, el de aquí y el de más allá.

Y no te puedes justificar, diciendo, “No puedo permanecer en el mundo, en medio de todos sus afanes y, aún así, salvarme”. ¿Sabes de dónde viene tal clase de pensamiento? De allí mismo, porque no oramos como debiéramos y no asistimos con frecuencia a la iglesia. ¿Acaso no han visto Ustedes cómo los que desean ser visitados por altos funcionarios de los reinos de este mundo, insisten y hasta piden a otros que intercedan, con tal de lograr lo que pretenden? Esto es lo que les digo a los que se van de la iglesia durante la Divina Liturgia y a los que se la pasan hablando durante la misma:

¿Qué estás haciendo, hombre? ¿Acaso no afirmaste 'Lo tenemos levantado hacia el Señor', cuando el sacerdote dijo: 'Levantemos el corazón'? ¿No te averguenza ser señalado como un pecador en el estremecedor momento del Juicio?”

Pero... ¡Qué milagro! La mesa del Misterio está preparada, el Cordero de Dios es sacrificado para tí; el sacerdote se esfuerza por tí; el fuego espiritual brota de la purísima mesa; los querubines permanecen alrededor; los serafines, que tienen seis alas y se cubren la faz, revolotean sobre el lugar; todos los poderes incorpóreos, junto al sacerdote, oran por tí; el fuego divino desciende; la Sangre brota del purísimo Costado en el cáliz, para purificarte... ¿Y a tí no te asusta ser hallado culpable de mentir, en ese terrible momento? Tienes ciento sesenta y ocho horas a la semana y, de éstas, Dios retuvo para Sí mismo una sóla... Y tú la utilizas para las cosas de este mundo, bromeando o discutiendo. ¿Cómo te atreves, luego, a acercarte a los Sagrados Misterios? ¿Te atreverías a poner tu mano en el doblez de la túnica del rey terrenal, si la tuvieras sucia? ¡De ninguna manera!

Ha de venir el momento en el que el teatro de este mundo se desmorone. Entonces ya no podremos luchar. Cuando esta vida se termine, ya no podremos comerciar. Después de que se cierre la plaza, ya no podremos ser coronados. ¡Este tiempo es tiempo de contrición, porque el que viene será de juicio! ¡Este tiempo es de luchas, el otro será de coronación! ¡Este tiempo es de sacrificio, el que viene, de descanso! ¡Este tiempo es de trabajo, el otro, de recompensa!

¡Despiértense, por favor, y atiendan con detenimiento lo que les acabo de decir! ¡Hemos vivido con el cuerpo, vivamos también con el espíritu! ¡Hemos vivido en placeres, vivamos también en obras y virtudes! ¡Hemos vivido en la dejadez, vivamos ahora en la contrición! “¿De qué te enorgulleces, barro y ceniza?” (Eclesiástico X, 9)

(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de AurDin ospățul Stăpânului, Editura Adonai 1995, pp. 90-93)