No vivamos con ligereza, sin profundidad
Si susurramos el Nombre de Dios y nos concentramos en ello, sentiremos algo muy sublime: nuestra mente se llenará de luz, y nuestra alma, de bendición.
La oración es el don más grande para el hombre. Quien cultive la oración, se gozará en ella y sentirá una fragancia de flores, una dulzura, la miel de la Gracia. Y se hará digno de unirse con Dios, de hacerse uno con Él, de deificar su alma y de devenir en dios por la Gracia. No vivamos con ligereza, sin profundidad; que nuestra vida no sea superficial y vacía.
Hagamos todo con equilibrio, con temor de Dios. Cuando trabajemos con nuestras manos, no hablemos cosas vanas, sino que mejor concentrémonos en repetir la “Oración de Jesús”, o la que dice: “¡Santísima Madre de Dios, sálvanos!”. Si susurramos el Nombre de Dios y nos concentramos en ello, sentiremos algo muy sublime: nuestra mente se llenará de luz, y nuestra alma, de bendición.
(Traducido de: Stareţa Macrina Vassopoulos, Cuvinte din inimă, Editura Evanghelismos, p. 222)