Nuestras vilezas matan el amor que hay en nosotros
El amor se convierte en un mercado de sentimientos, en donde se vende y se compra el deseo oscuro, como preludio de la muerte eterna. La envidia, como odio por los dones del otro, puede parasitar el amor y transformarlo en una competición de valores y una carrera por obtener aún más.
Todos los pecados mortales afectan más o menos el amor en nosotros. Cualquier ignominia no hace sino matar el amor que hay en nosotros. Así, nuestro amor puede fácilmente convertirse en animailidad, es decir, en esa fuerza instintiva de prolongar la especie, misma que fuera otorgada a las criaturas de la tierra. Esa animalización del amor significa caer en el desenfreno, como principio de un placer sin dimensión creadora y generadora de amor, quedando tan sólo un vacío hedonista, generador de simples placeres.
El amor se convierte, así, en un mercado de sentimientos, en donde se vende y se compra el deseo oscuro, como preludio de la muerte eterna. La envidia, como odio por los dones del otro, puede parasitar el amor y transformarlo en una competición de valores y una carrera por obtener aún más. La ira pervierte el amor y lo transforma en abuso, como arranque del ser, sin entender la libertad del otro. El orgullo infesta, entonces, al amor y lo convierte en celos, en los que la posesividad y la unilateralidad del “yo” hieren el corazón de los demás.
(Traducido de: Pr. Dr. Ioan Valentin Istrati, Lumina răstignită – Cuvinte pentru cei ce plâng, Editura Pars Pro Toto, Iaşi, 2014, p. 89)