Nuestro hermano, nuestro médico espiritual
El orgullo solamente puede ser vencido con la ayuda de tu semejante, cuando le cedes el derecho de hacerte observaciones y aceptas su perdón. Así es como se limpia el alma.
Padre, me enfado mucho cuando las otras monjas me hacen alguna observación…
—Eres orgullosa, por eso sufres. El orgullo solamente puede ser vencido con la ayuda de tu semejante, cuando le cedes el derecho de hacerte observaciones y aceptas su perdón. Así es como se limpia el alma. Esta idea parece difícil de entender, sí, pero tenemos que empezar a considerar a los demás como nuestros médicos y aceptar todos los remedios que nos ofrezcan, para librarnos de nuestro orgullo. Todos tienen en su bolsillo un medicamento para los otros: los buenos aconsejan con dolor y amor al enfermo, los malos lo amonestan con dureza y mala voluntad. Estos últimos suelen ser mejores cirujanos que los primeros, porque insertan el bisturí mucho más profundamente.
Lo que pasa, padre, es que soy muy torpe y muchas veces no entiendo por qué me hacen observaciones.
—Mejor di: “Soy muy inteligente, pero no tengo humildad”. Porque ¿qué es lo que te pasa? Que, aunque te equivocas y los demás te lo hacen ver, siempre buscas la manera de justificarte. Entonces, ¿cómo se puede llegar a ese nivel de acusarte a ti mismo, cuando los demás te señalan injustamente? El hombre que se justifica cuando alguien le hace alguna observación, hace que huya la humildad. Por su parte, el hombre que se asume responsable de cualquier falta suya, se humilla y la Gracia rebosa sobre él.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi și virtuți, Editura Evanghelismos, București, 2007, pp. 83-84)